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La cooperación en su laberinto

Revista Pueblos

Martes 25 de marzo de 2008, por Revista Pueblos

La cooperación para el desarrollo se encuentra en una de las encrucijadas más decisivas de su historia. Por una parte, se ha producido un crecimiento importante de su volumen económico, especialmente notable en España. A la vez, ha disminuido su peso político autónomo en las relaciones internacionales o, lo que es lo mismo, se ha acentuado su dependencia de los intereses políticos y económicos de los donantes, en general, y de los de las transnacionales, en particular. Y finalmente, a consecuencia de ello, está perdiendo sentido e impacto solidario.

"-Woodrow, diplomático: El comercio no es un pecado. Las relaciones comerciales con los países en vías de desarrollo no son un pecado. De hecho, contribuyen a ese desarrollo. Posibilitan las reformas, la clase de reformas que todos deseamos. Los acercan al mundo moderno. Nos permiten ayudarlos. ¿Cómo vamos a ayudar a un país pobre si nosotros mismos no somos ricos?

 Tessa, activista solidaria: ¡Gilipolleces!”.

John Le Carré. El jardinero fiel

La cooperación para el desarrollo se encuentra en una de las encrucijadas más decisivas de su historia. Por una parte, se ha producido un crecimiento importante de su volumen económico, especialmente notable en España. A la vez, ha disminuido su peso político autónomo en las relaciones internacionales o, lo que es lo mismo, se ha acentuado su dependencia de los intereses políticos y económicos de los donantes, en general, y de los de las transnacionales, en particular. Y finalmente, a consecuencia de ello, está perdiendo sentido e impacto solidario.

A la vez que se publicaban las cifras de la cooperación española en el año 2007, que parecen confirmar que se ha superado el 0,4 por ciento de Producto Interior Bruto (PIB), más de 4.000 millones de euros; otra cifra situaba el asunto en sus justos términos: en los diez primeros meses del año 2007, las remesas enviadas por la población inmigrante alcanzaban los 6.712 millones de euros.

Es todo un retrato del mundo real en que vivimos que la mayor contribución internacional a la lucha contra la pobreza de los pueblos del Sur la estén haciendo sus propios hombres y mujeres, trabajando en las durísimas condiciones de la inmigración, en las que por otra parte están dando una contribución decisiva al enriquecimiento de los países del Norte. En tiempos de “guerras asimétricas”, existe también, como vemos, un “desarrollo asimétrico”.

La “coherencia de políticas”, principio oficialmente reconocido de la cooperación para el desarrollo, se aplica habitualmente en sentido contrario: según el artículo 4 de la Ley de Cooperación española, los principios y objetivos de la solidaridad con “los pueblos en desarrollo (...) informarán todas las políticas que apliquen las administraciones públicas”. Raúl Zibechi ha denunciado recientemente [1] la instrumentalización de la cooperación para el desarrollo en la estrategia exterior de los EE UU. Una subordinación similar se está produciendo en las políticas diplomáticas y de comercio exterior de los demás países donantes, incluyendo el nuestro. No son fenómenos nuevos, pero la agudización de los conflictos y de la competencia internacional, consecuencia inevitable de la globalización, los ha agravado.

Tenemos muchas muestras cercanas: por ejemplo, el apoyo incondicional del Gobierno español a Repsol frente al derecho soberano de Bolivia a controlar sus recursos naturales; o la liquidación por parte del Ministerio de Asuntos Exteriores del “Foro por una Paz Justa en Oriente Medio” el pasado 15 de diciembre, tras comprobar que no podía imponer sus intereses a los organizadores.

Por otra parte, el “partenariado público-privado”, un invento del Banco Mundial destinado inicialmente a promover la privatización de los servicios de agua potable y saneamiento, se va extendiendo como un recurso habitual para favorecer la penetración de las transnacionales del Norte en los países del Sur, con la colaboración de fondos públicos, incluso de cooperación para el desarrollo. Se habla ya, sin ningún tapujo, de qué fondos de cooperación pueden ir destinados a favorecer actividades lucrativas de las empresas privadas, siempre que éstas tengan normas de “responsabilidad social corporativa”, algo que en la inmensa mayoría de los casos no es más que una etiqueta sin la menor repercusión en el mundo de los negocios.

La influencia de estos procesos en la mayoría de las ONGD del Norte es patente y, aún peor, tiende a transmitirse a las contrapartes del Sur. Existe una potente dinámica para convertir las ONGD en “empresas del tercer sector”, especializadas en la gestión de servicios sociales, abandonados por el Estado según la lógica neoliberal. Es hora, y es urgente, de que las organizaciones solidarias reaccionemos. Sería un buen principio responder a las presiones mercantiles con la convicción y la fuerza de la maravillosa Tessa Quayle de El jardinero fiel.


Publicado originalmente como editorial del nº 30 de la revista Pueblos, febrero 2008, especial COOPERACIÓN.

Notas

[1] Raúl Zibechi, periodista uruguayo y analista internacional. La Jornada. 25/11/2007.

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