Portada del sitio > AMÉRICA > Extracción, desarrollo y alternativas de vida en Ecuador

Extracción, desarrollo y alternativas de vida en Ecuador

Luis à ngel Saavedra

Miércoles 5 de septiembre de 2012, por Revista Pueblos

El debate político, empresarial y financiero se vistió de verde: partidos verdes, empresas verdes, gobiernos verdes y hasta capitalismo verde. Frente a tanta oferta verde se hace necesaria una reflexión sobre sus bondades, así como analizar los discursos de derechos que esbozan los países latinoamericanos que se han identificado como progresistas. El caso ecuatoriano bien puede ser el ejemplo ideal.

En teoría, los tratados comerciales y los contratos de extracción de recursos naturales deben incorporar cláusulas que tengan que ver con el respeto a los derechos humanos y el respeto al medioambiente. Incluso en los tratados de libre comercio (TLC) que las potencias industriales buscan fi rmar con los países periféricos se negocian estas cláusulas.

Cláusulas verdes en los tratados, metodología verde en la producción de bienes, controles verdes para las concesiones para la explotación de recursos, discurso verde en la publicidad… Todos estos son elementos del nuevo capitalismo verde que se vende en la sociedad como una fórmula de vida que respeta el medioambiente. Pero que no existe.

DERECHOS DE LA NATURALEZA Y ACTIVIDADES EXTRACTIVAS

Ecuador incorporó por primera vez en una constitución occidental los derechos de la naturaleza. Si bien se encuentra en diversos códigos del mundo indígena la cosmovisión de una naturaleza viva, con derechos y parte de la convivencia humana, es de suma importancia su fijación en una constitución política de un Estado, que responde a la estructura del pensamiento occidental.

Varios de los artículos de la Constitución ecuatoriana están estrechamente relacionados con los derechos de la naturaleza, derechos incompatibles con el desarrollo de actividades extractivas. El artículo 71 afi rma lo siguiente: “La naturaleza o Pacha Mama, donde se reproduce y realiza la vida, tiene derecho a que se respete integralmente su existencia y el mantenimiento y regeneración de sus ciclos vitales, estructura, funciones y procesos evolutivos. (…) El Estado incentivará a las personas naturales y jurídicas, y a los colectivos, para que protejan la naturaleza, y promoverá el respeto a todos los elementos que forman un ecosistema”.

La política extractiva de ninguna forma puede garantizar la existencia, mantenimiento y regeneración de los ciclos vitales de la naturaleza, pues rompe su integridad, y al hacerlo, pone en grave riesgo su ciclo vital. Por otra parte, este artículo da legitimidad al movimiento indígena y a los grupos ecologistas que exigen el respeto de los derechos de la naturaleza. Estas exigencias, lógicamente, sólo se puede dar con la movilización social y las acciones de protesta, pues los gobiernos se muestran reacios a dialogar.

El Artículo 73 recoge lo siguiente: “El Estado aplicará medidas de precaución y restricción para las actividades que puedan conducir a la extinción de especies, la destrucción de ecosistemas o la alteración permanente de los ciclos naturales. Se prohíbe la introducción de organismos y material orgánico e inorgánico que puedan alterar de manera defi nitiva el patrimonio genético nacional”.

¿Se pueden realizar actividades extractivas sin contravenir este principio constitucional? No, pues los materiales y químicos utilizados en las actividades modifi can la matriz genética de la fauna y flora de las áreas intervenidas.

Estos dos artículos tornan inconstitucional, en el caso ecuatoriano, cualquier actividad extractiva. Sin embargo, la oposición a las políticas extractivas implica una difícil pregunta, que debe ser respondida por las organizaciones que defi enden los derechos de la naturaleza: ¿cómo se compensan los recursos que un Estado dejará de recibir si no da paso a la extracción de recursos naturales, más aún si este Estado debe hacer frente a su obligación de satisfacer los derechos económicos, sociales y culturales (DESC)?

EL ORIGEN DE LA RIQUEZA

La respuesta es simple: no hay alternativa económica que sustituya los ingresos que puede proveer la explotación de los recursos naturales en el marco y plano conceptual del desarrollo que caracteriza a la sociedad occidental. Esto quiere decir que para sostener el modelo de desarrollo actual no tenemos más alternativa que apelar a los recursos naturales. ¿El problema? Que este modelo está cerca de colapsar y la sociedad con él, un colapso que pondrá en riesgo nuestra propia existencia como especie.

Los sistemas políticos que han dominado la sociedad occidental del último siglo tienen una matriz común: el desarrollo, entendido como una búsqueda permanente de la satisfacción de las necesidades humanas. Esta satisfacción hace referencia a la capacidad de consumo en la sociedad capitalista, al cumplimiento progresivo de los DESC en el mundo socialista y a una simbiosis de ambas en el socialismo pragmático.

Las diferencias básicas en los modelos pueden resumirse en el rol del Estado y en el destino de la riqueza, pero coinciden en el origen primario de la riqueza. Un análisis económico del apoyo brindado a las revoluciones socialistas por parte del ex bloque oriental, así como del apoyo a las contrarrevoluciones y al control de la insurgencia dado por Estados Unidos, nos puede develar que la contradicción básica no se dio en el plano de la ideología, sino en las posibilidades de libre acceso a los recursos naturales.

Para el mundo capitalista, la extracción de recursos permite la acumulación de la riqueza en manos de los propietarios de los medios de producción y la posibilidad de ofertar mercancías para satisfacer necesidades cada vez más crecientes (gracias a la aplicación de estrategias de marketing). Es el mundo del consumo, en el que el desarrollo se mide por un índice de poder adquisitivo cuya razón de ser nunca ha sido cuestionado. En este mundo, hablar de lo verde solo implica maquillar la depredación.

Si bien el mundo socialista cuestiona el sistema de consumo, no es menos cierto que su objetivo básico es lograr que la totalidad de la población pueda acceder a ciertos servicios y derechos de manera más o menos equitativa y, sobre todo, progresiva. Nadie, sin embargo, se planteó si era necesario marcar unos límites.

Tanto el afán de consumo como la satisfacción ilimitada de los DESC iban a chocar en algún momento con otros derechos que no habían sido debatidos. También, con otros grupos sociales que no forman parte del modelo de desarrollo de Occidente y que asumen los DESC desde otras dimensiones y en compatibilidad con otros derechos.

VIVIR MEJOR VS. BUEN VIVIR

Pensar diferente no sólo es un ejercicio académico que contrasta dos modelos, sino que confronta las formas en que hemos sido educados para afrontar la vida. Esta confrontación podemos resumirla en dos frases que demuestran la profunda brecha entre el pensamiento occidental y el pensamiento indígena: el “vivir mejor”, base del desarrollo occidental, frente al “buen vivir”, denominado sumak kawsay en el mundo indígena.

El “vivir mejor”, que es para lo que nos preparamos en el mundo occidental, es la razón por la que vamos a las universidades o es la razón por la que los padres apoyan la formación de sus hijos. Es la esencia del desarrollo de la acumulación: vivir mejor implica progreso, a la vez que el progreso implica acumulación de bienes. No existe persona en el mundo que se niegue a vivir “mejor”. El problema está en que el concepto del vivir mejor es ilimitado y tiene muchas alternativas, según el estatus de los diferentes grupos sociales: para las y los pobres será el acceder a una mejor calidad de vida, lo cual es legítimo y por ello se han dado las principales revoluciones; pero, para las élites, siempre será el conseguir más bienes y más poder. La clase media, por su parte, también concentra sus esfuerzos en acercarse al nivel de vida de las élites.

En contraste, el sumak kawsay implica un vivir ético, sobrio, tomando de la naturaleza lo necesario para la vida pero sin perjudicar sus derechos, pues la naturaleza es una madre viva, que trasciende los vocablos de la poesía para transformarse en una realidad ontológica.

La armonía entre el derecho de la naturaleza y el derecho colectivo satisface el derecho individual. Por el contrario, el cumplimiento del derecho individual, con sus particularidades en dimensión y profundidad, no siempre garantizará la vigencia ni del derecho colectivo ni del derecho de la naturaleza.

PRINCIPIOS DEL SUMAK KAWSAY EN OCCIDENTE

Asumido desde la cosmovisión indígena, el sumak kawsay es aplicable también en los principios básicos de la gobernabilidad occidental que dan primacía a lo colectivo. Sin embargo, estos principios se han quedado en la teoría.

Dar primacía al transporte público en lugar del transporte particular, por ejemplo, implicaría redefi nir de la industria automotriz y limitar la producción de autos particulares. Esto reduciría los niveles de contaminación, ahorraría recursos naturales y nivelaría las balanzas de pagos entre países ricos y países en desarrollo. Los recursos liberados podrían invertirse en otros sectores más acordes con el buen vivir, como salud y educación, e incluso en el aumento de la calidad de uso del tiempo libre y la reducción del ruido, tornando a las ciudades más amigables.

Los barrios se podrían diseñar para ser autosufi cientes en la provisión de servicios, de acuerdo con la estructura que ha permitido la supervivencia de los pueblos indígenas por más de 500 años a pesar de la presión de Occidente. La administración de recursos como el agua y la implementación de sistemas de mercado comunitario pueden propiciar unos buenos niveles de equidad.

La educación debería estar diseñada en función del bien colectivo, no en función de la competencia. Los sistemas basados en la califi cación y la búsqueda de la excelencia propician la competencia y la supremacía de unas personas sobre otras. Como consecuencia se crea la noción de obsolescencia: lo viejo es obsoleto, incluida la sabiduría de nuestros ancianos. La búsqueda de la excelencia debe ser colectiva, pues no tiene sentido el progreso de un individuo si se da sobre el retraso del colectivo.

Por otro lado, causa horror mirar el desperdicio de alimentos en las sociedades de consumo (una muestra: los comedores universitarios). El principio de “comer todo, sin dejar nada en el plato” que se imparte en el mundo indígena da cuenta del profundo respeto a los alimentos de los que nos provee la naturaleza, así como de la convicción de que una familia puede tener de sobra determinados alimentos que, por el contrario, falten a otras. La salud es otra de las ganancias ligada a los hábitos alimenticios, pues en el mundo indígena es rara la obesidad o la anorexia, así como los problemas ligados a estas patologías. No cuestionamos el placer de comer, pero sí la tendencia al desperdicio.

La tecnología tendría que estar ligada al servicio del ser humano y no a la necesidad de acumular poder (despliegue militar, acumulación de capital basada en la apropiación y secuestro de los saberes). Los conocimientos son colectivos y el acceso a ellos se debe dar en términos de libertad y democracia. El mundo de las patentes es ajeno a la cosmovisión indígena, pues implica la apropiación particular de un elemento que sólo pertenece al colectivo.

NUEVA DIRECCIÓN

Estas cuestiones prácticas implican una reorientación de nuestras formas de pensamiento. Las prácticas extractivas puede que, en el corto plazo, proporcionen una bonanza económica a las sociedades y una ilusión momentánea de bienestar; pero no superarán las taras propias del modelo de desarrollo que vivimos. Según explica Alberto Acosta [1], “el camino de salida tendrá que arrastrar por algún tiempo algunas actividades extractivas, pero deberá buscar el decrecimiento planifi cado de las mismas y defi nitivamente no su ampliación”.

El camino de salida es más cultural que económico. Es repensar las formas de sobrevivencia y volver a valorar la matriz comunitaria como principio de vida; entender que los derechos civiles y políticos, así como los derechos económicos, sociales y culturales, no pueden realizarse si no están en armonía con los derechos de los pueblos indígenas y de otros colectivos, así como con los derechos de la naturaleza. Implica, defi nitivamente, asumir que la vida no es etnocentrista.


Luis Ángel Saavedra es comunicador social y analista en geopolítica. Dirige la Fundación Regional de Asesoría en Derechos Humanos (INREDH) de Ecuador. coordinacion@inredh.org.

Este artículo ha sido publicado en el nº 53 de Pueblos - Revista de Información y Debate - Tercer trimestre de 2012.

Notas

[1] Acosta, Alberto; Sacher, William (2012): La minería a gran escala en Ecuador, Quito, Ediciones Abya Yala.

Versión imprimir //