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EE UU y la OTAN huyen de Afganistán

Roberto Montoya

Viernes 24 de agosto de 2012, por Revista Pueblos

“Es la historia de una derrota anunciada”, decían con sorna los estrategas del Pentágono poco después de empezar, el 7 de octubre de 2001, los demoledores bombardeos contra Kabul y otras ciudades de Afganistán y las bases de entrenamiento de Al Qaeda en ese país. En pocas semanas dieron oficialmente por acabado el régimen de los talibán.

La Operación Libertad Duradera fue considerada rápidamente un éxito, un paseo militar. Para George W. Bush sólo quedaba pendiente la reconstrucción del país que se acababa de devastar y ayudar al fi el presidente Hamid Karzai (ex ejecutivo del gigante de hidrocarburos estadounidense Unocal) a construir la democracia.

“Es la historia de una derrota anunciada”, dicen casi once años después… los talibán.

¿Quién tiene razón entonces, quién derrotó a quién?

Parece indudable que la afirmación válida es en realidad la última, la de los talibán. No son los triunfadores militares, ninguno podía serlo, pero sí los vencedores políticos.

Los talibán preveían que finalmente derrotarían al infiel occidental en el siglo XXI, como en los años 80 del siglo XX habían derrotado al también infiel (y además rojo) Ejército soviético.

Paradójicamente, fue Estados Unidos el principal aliado con el que contaron en aquel entonces las milicias de mujaidin afganas para combatir y derrotar al poderoso Ejército Rojo. Sin EE UU y los numerosos aliados que acompañaron en aquella cruzada a Carter primero y luego a Reagan, jamás esas milicias mal armadas, poco entrenadas y desorganizadas hubieran podido derrotar a un ejército fogueado en mil batallas como el soviético.

LA INVASIÓN SOVIÉTICA

Estaba Jimmy Carter de inquilino en la Casa Blanca cuando en la noche del 27 al 28 de diciembre de 1979 la Unión Soviética inició la invasión de Afganistán con 80.000 soldados y 3.800 tanques y vehículos blindados de la 40º División del Ejército Rojo, para ayudar a recuperar el poder a los comunistas locales, Taraki y Karmal.

El derrocado gobierno de Nur Mohammad Taraki era quien había lanzado una profunda reforma agraria, quien separó la religión del Estado, inició una amplia campaña de alfabetización, eliminó la tan extendida usura, eliminó el cultivo de opio, autorizó a las mujeres a no usar velo y facilitó su integración en la vida política, laboral y educativa.

El golpe contra Taraki que protagonizó su vicepresidente, Jafi zulá Amín, a favor de un alineamiento con EE UU y Pakistán, decidió a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) a intervenir militarmente, alegando, en plena Guerra Fría, la existencia del Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación entre la URSS y Afganistán.

Carter autorizó de inmediato la que se convertiría en la mayor operación encubierta de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en toda su historia.

NACE LA PRIMERA YIHAD MODERNA

EE UU tuvo el paradójico mérito de haber ayudado a organizar la primera yihad de la era moderna y de ayudar a crear La Base (Al Qaeda en árabe).

La CIA hizo llegar contenedores con armas al ISI, el Servicio de Inteligencia del Pakistán de Mohmmad Ziaul-Had, el dictador a quien hasta entonces criticaba Carter por sus violaciones a los derechos humanos.

La agencia de inteligencia planificó cómo convertir la intervención soviética en Afganistán en su Vietnam. Y lo consiguió diez años después tras comprometer en la operación al Reino Unido, Francia, China, Marruecos, Arabia Saudí y muchos otros países. Los países musulmanes aliados jugaron un papel clave en la difícil tarea de reclutar a decenas de miles de estudiantes radicales de madrasas de Arabia Saudí, Pakistán; a chechenos, uigures, bosnios y un largo etcétera, dispuestos a combatir junto a sus hermanos afganos contra el ocupante rojo.

Todos ellos recibían sueldo, armas y entrenamiento en campamentos en Pakistán supervisados por EE UU.

Fue la gran trampa contra la URSS, de la que no se recuperaría. Dos años después de salir derrotada de Afganistán, se desintegró.

EE UU salió victorioso, sí, pero tiempo después esa victoria se le convertiría en un boomerang, el monstruo que ayudó a crear volvió sus armas contra él y contra todos los infi eles del mundo. Como parte de su operación encubierta, a fines de los 70 la CIA había recurrido a viejos contactos de EE UU con el poderoso Binladin Group Saudi para vincularse con uno de sus miembros, Osama bin Laden, quien ya operaba sobre el terreno como importante mecenas y que terminaría convirtiéndose en un aliado fundamental.

Bin Laden y los más de 100.000 combatientes islámicos que intervinieron en la guerra contra las tropas soviéticas aprovecharon la preparación militar recibida y ese hermanamiento de sangre en las trincheras para tejer una estrecha coordinación. Había nacido Al Qaeda, cual coordinadora internacional del terror, que habría de golpear luego en distintas zonas del mundo.

Cuando, tras el 11-S, George W. Bush inició la guerra contra el régimen de Kabul y sus aliados de Al Qaeda, subestimó a su enemigo. Y han sido ellos, los barbudos muyaidin de las montañas, ese ejército irregular de todas las edades, que calza sandalias y jamás tuvo uniforme ni bandera (razón que Bush junior esgrimió para justifi car la no aplicación de las Convenciones de Ginebra), quienes están haciendo huir a la mayor potencia del mundo y a sus aliados.

Igual a como muchos de esos mismos guerreros y sus mayores hicieron huir al Ejército Rojo más de veinte años atrás.

LA HUIDA DE EE UU Y LA OTAN

Decenas de miles de civiles muertos después, Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) apresuran su retirada de Afganistán. En noviembre de 2010 la cumbre de la OTAN en Lisboa respaldó el plan de Obama para comenzar el traspaso de la seguridad de Afganistán a las fuerzas locales afganas, proceso que se previó concluir en 2014. Se hicieron planes para ir entregando gradualmente el control de las provincias a las fuerzas de seguridad locales y poder concluir el entrenamiento de éstas (300.000 hombres) en 2013.

Si en 2010 ya estaba claro que la Operación Libertad Duradera era un tremendo fracaso, dos años después lo es mucho más. Pese a ello, en marzo pasado, Obama, escoltado por el premier británico, David Cameron, presentaban al mundo como modélica la misión en Afganistán y ratifi caban los plazos para la retirada. “Ya es hora. Ha sido una década y, francamente, ahora que hemos terminado con Osama bin Laden, ahora que hemos debilitado a Al Qaeda, estamos en una posición más fuerte para una transición de lo que estábamos hace dos o tres años”, dijo Obama.

La realidad es muy distinta. La devastación provocada por los bombardeos de EE UU y sus aliados, con las numerosísimas víctimas civiles resultantes; las torturas indiscriminadas y vejaciones a la población cometidas por sus tropas, y la corrupción del gobierno aliado de Hamid Karzai, han servido de caldo de cultivo para que los talibán se recuperaran.

El accionar de estos es constante. Atacan en cualquier zona del país, a tal punto que las tropas afganas (adiestradas y armadas por las de la OTAN, pero con un promedio de 4.000 deserciones al mes) han decidido retirarse parcialmente de muchas zonas, replegándose en sus cuarteles y saliendo sólo para operaciones puntuales.

EE UU ha perdido ya a más de 2.000 soldados y el resto de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF, misión de la OTAN, en la que participan 35 países) otros 1.000.

Los talibán controlan provincias como Kandahar y Kelmand, donde tienen sus propios tribunales de Justicia, sistema de escuelas, recaudación fiscal y atención sanitaria.

Ante el fracaso militar, el presidente estadounidense hace tiempo que autorizó conversaciones directas con los talibán buenos en el emirato de Qatar para intentar negociar la transición. El gobierno afgano ya lo venía haciendo desde antes, pero ni uno ni otro han conseguido resultados. Los insurgentes saben que controlan la situación, que un enemigo en retirada no puede imponer nada en las negociaciones.

Las ofensivas de los guerrilleros islámicos se han recrudecido en los últimos meses, como reacción a matanzas, agresiones a la población y humillaciones a su religión, con quemas incluidas, cometidas por soldados estadounidenses, de centenares de ejemplares del Corán en la base de Bagram (conocida como el Guantánamo afgano).

A pesar de que las compañías estadounidenses han sido las principales benefi ciadas en la explotación de materias primas y en la licitación de las obras para la “reconstrucción”, muchos en EE UU se preguntan si con ello logran en realidad amortizar los 30.000 millones de dólares de gasto anual que supone para sus arcas. Esas labores de “reconstrucción” se ven además difi cultadas por los ataques guerrilleros y serán aún más difíciles a partir de ahora, tras la decisión de Karzai de impedir que sigan actuando en el país las eufemísticamente llamadas “subcontratas de seguridad”, que no son otra cosa que Private Military Companies, empresas con decenas de miles de mercenarios contratadas por el Pentágono, que, entre otras labores, se ocupan de la custodia de las obras de reconstrucción.

Una encuesta conjunta realizada por la cadena de TV ABC y The New York Times concluye que el 60 por ciento de las y los estadounidenses considera que la guerra ha sido inútil, mientras que el 54 por ciento reclama la salida de las tropas. Y esto es algo que Obama ha tenido muy en cuenta para decidir acelerar el proceso de retirada. Los republicanos podrían pasarle factura en las elecciones presidenciales de noviembre si la situación se deteriora aún más.

RAJOY NO SIGUE LOS PASOS DE HOLLANDE

En la cumbre de la OTAN de Chicago, en mayo pasado, el fl amante presidente francés, François Hollande, adelantó que su país retirará de Afganistán sus 3.300 efectivos, provocando así la primera división importante en el seno de la Alianza Atlántica, pero previsiblemente no la última. Otros países podrían seguir en breve su ejemplo.

No España, aparentemente. Rajoy dijo: “Entramos juntos y saldremos juntos”, siguiendo los pasos del gobierno Zapatero al respecto. A pesar de retirar las tropas de Irak en 2003 poco después de llegar al poder, el ex presidente socialista mantuvo e incluso incrementó la participación de España en Afganistán. España cuenta en ese país con 1.500 efectivos, y el número dos en la cadena de mando operacional en Afganistán es durante todo 2012 el general de división español Javier Cabeza. España ha gastado 2.500 millones de euros en esta guerra en la última década.

El nefasto balance que arroja la intervención de EE UU y sus aliados en Afganistán vuelve a repetir una característica de la también “modélica” misión en Irak. El régimen de Sadam Husein al que se derrocó en 2003 tras inventar el fantasma de las “armas de destrucción masiva”, era suní y acérrimo enemigo de Irán, país de los ayatolás chiíes contra el que mantuvo ocho años de guerra (1980-1988) ayudado por el dinero y las armas de EE UU. Nueve años después de iniciarse la guerra, Irak está gobernado mayoritariamente por fuerzas chiíes… que mantienen una buena relación con Irán, el archienemigo de Washington.

Y en Afganistán, el régimen de los talibán, integrista suní y también enemigo de Irán, fue reemplazado por el de Hamid Karzai, quien mantiene una relación cada vez más tensa con Occidente y que ya en noviembre de 2010 no tuvo empacho en reconocer que recibía millones de dólares de Irán “para gastos administrativos” (como recibe de tantos otros países).

El presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, maneja hábilmente las relaciones con estos países vecinos y visita cordialmente a uno y otro.

Para completar el retrato regional, Pakistán, potencia nuclear de gran importancia geoestratégica y tradicional aliado de EE UU, mantiene ahora una tensa relación con Washington y la OTAN, a quienes impide ya el paso por su territorio de suministros para sus fuerzas en Afganistán, al tiempo que estrecha cada vez más las relaciones militares con China.

“Modélica”, sin duda, la gestión de estas dos guerras por parte de Occidente.


Roberto Montoya es periodista especializado en temas internacionales. Autor de los libros El Imperio Global (Ed. La Esfera de los libros, Madrid; Ed. El Ateneo, Buenos Aires, 2003) y La Impunidad Imperial (La Esfera de los libros, Madrid, 2005).

Este artículo ha sido publicado en el nº 53 de Pueblos - Revista de Información y Debate - Tercer trimestre de 2012.

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