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La otra cara del microcrédito: los grupos de ahorro

Blanca Rodríguez

Viernes 22 de enero de 2010, por Revista Pueblos

Nadie se podía imaginar, hace 35 años, cuando Mohammed Yunus desarrolló el concepto de microcrédito, que este sistema, sencillo pero eficaz, iba a cambiar la vida de cientos de millones de personas (más de 106 millones de familias en 2007, según la Campaña de la Cumbre Mundial del Microcrédito), ayudándolas a salir del círculo cerrado de la pobreza extrema. Antes de la existencia del microcrédito y las microfinanzas, las personas pobres no tenían otra alternativa para conseguir financiación que acudir a prestamistas que llegan a cargar intereses del 75 por ciento, lo que genera situaciones de deuda perpetua e incluso de esclavismo, pues las familias llegan a verse obligadas a enviar a uno de sus integrantes (por lo general una hija o un hijo) a trabajar gratis para el prestamista hasta que la deuda quede saldada. La banca tradicional quedaba vedada para estas personas porque no tienen nada que les avale y porque las cantidades que necesitan son, normalmente, demasiado pequeñas para un crédito tradicional. En la actualidad existen ya programas específicos en los que los bancos e incluso algunos gobiernos colaboran con instituciones de microcrédito y federaciones de grupos de ahorro para proporcionar créditos de mayor cuantía y financiar proyectos más importantes.

Los grupos de ahorro son, quizá, la vertiente menos conocida del microcrédito, aunque en el Sudeste asiático (en especial en la India, donde se originaron) se encuentran extendidísimos y agrupan ya a millones de mujeres. Un grupo de ahorro está formado por mujeres pobres de una misma comunidad y una situación socioeconómica similar que se unen para ahorrar, recibir formación y apoyo mutuo en sus problemas cotidianos, familiares, económicos o de la naturaleza que ellas crean conveniente. Funcionan de manera asamblearia y tienen gran libertad de decisión y funcionamiento, pues los únicos requisitos imprescindibles para formarlos son que se reúnan de manera periódica y que ahorren. Una vez constimutuido, el grupo elige una presidenta, una secretaria y una tesorera, comienza a reunirse con la periodicidad que sus integrantes determinen y ahorra en una cuenta bancaria conjunta. Durante los primeros meses (normalmente seis, pero este periodo inicial dependerá de las características del país y de la comunidad a la que pertenezca) no se rota el fondo común, ya que es necesario una fase de adaptación al ahorro, costumbre que no suele ser habitual en este tipo de comunidades. Transcurrida esa fase inicial, comienzan a concederse créditos y son las propias mujeres las que deciden las condiciones: tasa de interés, plazos de devolución, cantidades otorgadas o, en caso de que los fondos no sean suficientes para atender a todas las solicitudes, qué créditos son prioritarios.

En las reuniones, siempre guiadas y apoyadas por personal cualificado del proyecto, se debaten los temas que las mujeres consideren de interés, se recogen las aportaciones y se proporciona formación, tanto en técnicas empresariales básicas, como en formación ocupacional para la creación de microempresas, en temas que afectan a las integrantes, como Derechos Humanos, salud, género, etc. Ésta, entre otras muchas, es una de las ventajas de los grupos de ahorro: que constituyen una excelente plataforma de trabajo para empoderar a las mujeres a través de la formación. No obstante, la principal fortaleza de este sistema se encuentra en dos factores principales: la autonomía y el elemento de cohesión.

Uno de los principales factores de riesgo de la vertiente bancaria del microcrédito, y que más se ha debatido en las Cumbres Mundiales del Microcrédito, es la dependencia del capital externo. Si uno de los fines últimos es conseguir la independencia y el desarrollo autógeno de las comunidades, es evidente que depender de un agente financiador siempre es un factor de riesgo para la continuidad del proyecto. Sin embargo, el sistema de grupos de ahorro ha eliminado ese factor, porque el capital con que trabajan sus integrantes es suyo, lo han generado ellas.

Un ejemplo de la capacidad de los grupos de ahorro para crear riqueza podemos encontrarlo en los proyectos de Implicadas/os No Desenvolvemento, la ONG gallega a la que pertenezco desde hace casi una década. En 2007, al terminar el proyecto de desarrollo integral de 4 años Urban Development Initiatives (Iniciativas de Desarrollo Urbanas), llevado a cabo en la ciudad India de Tiruchy, el ahorro total de los grupos formados en ese periodo alcanzó los 34.700 euros. La inversión anual de Implicadas en el conjunto del proyecto (que no sólo incluía el programa de formación de grupos de ahorro sino trabajo comunitario en generación de ingresos, sanidad, alfabetización, género, etc.) no llegaba a los 18.000 euros. En la actualidad, las mujeres de esos grupos (unas 2.000) han formado una federación que recibe crédito de la banca tradicional y que les ha permitido emprender actividades comunes mucho más ambiciosas, como su esencial participación en la organización y gestión de sus propias comunidades, una vez finalizado el proyecto, a través de asociaciones comunitarias creadas especialmente para ese fin: los consejos de suburbio y el consejo comunitario, de los que forman parte muy activa y a través de los cuales contribuyen con su trabajo y su dinero a que sus comunidades continúen mejorando mediante las herramientas recibidas en el proyecto.

Apoyo mutuo

Y esto nos lleva al segundo de los pilares del sistema de grupos de ahorro y, quizás el más importante... o al menos el que más valoran las mujeres que participan en ellos, a juzgar por los numerosos testimonios recogidos en más de una década de trabajo: el apoyo mutuo. En comunidades donde las mujeres no cuentan con voz ni posibilidades de participar en la comunidad (en algunos casos ni siquiera se les permite salir de casa ni interactuar con sus vecinas y vecinos), el grupo de ahorro constituye un entorno seguro en el que relacionarse con otras mujeres que tienen problemas similares y que les sirven de apoyo para emprender y desarrollar actividades que anteriormente sólo podían imaginar. No en vano, el nombre en inglés de este tipo de grupos es self help groups, literalmente, “grupos de autoayuda”, aunque una traducción más fiel al concepto sería “grupos de ayuda mutua”. Através del programa reciben alfabetización, formación en técnicas para relacionarse en entornos formales y otras herramientas que, según ha demostrado la experiencia, les permiten crear sus propios pequeños negocios e incluso contratar empleadas, enfrentarse a sus maridos o vecinos cuando ejercen la violencia contra ellas, ir al banco y gestionar su dinero e incluso tratar directamente con las autoridades locales para conseguir mejoras en sus suburbios, como cesión de tierras públicas o instalación de servicios como alcantarillado, luz eléctrica, bombas de agua, letrinas públicas, dispensarios, etc.

Una muestra muy gráfica del cambio que esta metodología opera en las mujeres se produjo tras el tsunami del 26 de diciembre de 2004, que asoló las costas del Índico y, por supuesto, del estado indio de Tamil Nadu, donde trabaja Implicadas: las mujeres del proyecto (situado en el interior) recaudaron fondos y material en su propia comunidad y alquilaron una furgoneta para acudir a la costa a ayudar a la población afectada. Poco menos de dos años antes, al comienzo del proyecto UDP, estas mismas mujeres se veían a sí mismas como necesitadas de ayuda y ahora se encontraban capaces de ayudar a otras personas, un cambio cualitativo de importancia fundamental.

La solidaridad que los grupos de ahorro crean entre sus integrantes parece no conocer límites: crean fondos de ayuda para cuando alguna de ellas sufre enfermedad o una desgracia inesperada, se niegan a dar dote o recibir dote en los matrimonios de sus hijas e hijos (una práctica dañina que tiene terribles consecuencias en la India), financian proyectos comunitarios, etc. En Etiopía, un país con más de dos millones de personas afectadas por el SIDA/VIH, las mujeres de los grupos se encargan de que sus compañeras se hagan las pruebas con regularidad, hacen campañas de prevención y apoyan a las que se han infectado tanto moral como económicamente, hasta el punto de devolverles las ganas de vivir. En el proyecto para la erradicación del infanticidio femenino que Implicadas tiene en Salem, India, y en el que se utiliza la metodología como apoyo a la sensibilización, las mujeres de los grupos han llegado a comprometerse a mantener entre todas a niñas cuyas madres estaban presionadas por sus familias políticas para que las asesinasen.

Hubo un tiempo en que se acusó a esta metodología de no ser exportable, se decía que en la India funcionaba muy bien por el fuerte sentido comunitario propio del país y por su densidad de población, pero los grupos de ahorro son un sistema sencillo, útil y que funciona y se adapta a cualquier realidad, como ha demostrado su gran éxito y expansión. En Etiopía, país donde las condiciones socioeconómicas y de desarrollo son mucho más duras que en la India y donde no sólo no había experiencia previa con esta manera de trabajar, sino que existía una predisposición negativa al asociacionismo entre la población, debida a las imposiciones del régimen marxista de entre 1977 y 1991, Implicadas introdujo la metodología en el año 2003 a través de un programa piloto de dos años en el que se pretendía formar con éxito 10 grupos de ahorro. Se formaron más de 70. En la actualidad, otras ONG han adoptado el sistema en el país y este se está extendiendo con gran éxito, como ha ocurrido ya en otros Estados del continente africano, como Rwanda, Sudáfrica o Kenia.

América Latina es un ejemplo de la adaptabilidad de la metodología a la problemática propia de cada país: en Uruguay existen organizaciones que la utilizan como eficaz herramienta contra la violencia de género; en Bolivia, donde está muy extendida, los grupos están muy relacionados con el movimiento indígena; y en Colombia se utiliza para ayudar a la reconciliación. En Brasil, en 2008, la ONG Hand in Hand, del estado indio de Tamil Nadu, y la brasileña Visão Mundial, a través de una red de más de 50 pequeñas ONG, cooperativas, asociaciones de pequeñas empresas e instituciones microfinancieras, pusieron en marcha un programa en el que la primera participa como asistente técnica para llevar el sistema de los grupos de ahorro a 10 estados del nordeste del país, ayudando así a cambiar la vida de más de 50.000 personas. Una demostración clara de cómo una metodología ideada y desarrollada en el Sur puede cambiar el mundo a través del establecimiento y el trabajo en redes.


Blanca Rodríguez es traductora profesional y, desde hace 10 años, voluntaria de la ONG gallega Implicadas/os No Desenvolvemento, en la que en la actualidad ocupa el cargo de Secretaria. Participó en la Cumbre Mundial del Microcrédito de 2006, celebrada en Halifax, Canadá y conoce bien el trabajo en el terreno a través de su experiencia en los proyectos de la organización en la India y Etiopía. Coordina, además, el ciclo formativo Vanakkam!, que pretende difundir la realidad del trabajo de una ONGD mediante un curso teórico y una visita formativa a los proyectos de Implicadas en la India.

Este artículo ha sido publicado en el nº 40 de la Revista Pueblos, diciembre de 2009.

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