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Una película de piratas

Redacción Pueblos

Sábado 2 de enero de 2010, por Revista Pueblos

Han sido portada de los principales periódicos de este país durante 47 días, han abierto telediarios y se han convertido en pasto de la indignación popular entre cañas y tapas, pero no nos los han presentado. Sí, nos han proporcionado algunos rasgos para que sea la propia ciudadanía española, televisivamente entrenada en habilidades jurídicas, detectivescas, médicas y hasta forenses, la que trace los perfiles psicológicos de los filibusteros del siglo XXI. La encarnación del mal: seres salvajes, armados hasta los dientes, alucinados por sustancias psicotrópicas, insensibles ante el dolor ajeno. Y negros. Así planteado, efectivamente, son de temer.

Del otro lado, algo más al Norte, el bien. En este caso no hace falta imaginarlo, porque tiene rostros. Familias vascas y gallegas sumidas en la angustia y la incertidumbre, mientras los representantes de la “alta política” se preocupan, sobre todo, de que el vecino no aproveche para hundirles el propio barco. Entre notas de presunta objetividad periodística, se abren claros para interpretaciones como la de Miguel Ángel Ballesteros, general de Brigada y director del Instituto Español de Estudios Estratégicos, quien explica a los lectores de El País lo siguiente: “Durante el secuestro del Alakrana hemos observado el desarrollo de un conflicto asimétrico, en el que los piratas no han dudado en obtener ventaja en la negociación utilizando el sufrimiento de los secuestrados y sus familiares con el objetivo de influir en la opinión pública para debilitar la posición del Gobierno”. Visto así, evidentemente, merecen nuestro desprecio moral.

Tenemos ya al villano, a la víctima y al héroe; y una buena dosis de emoción. Pertrechados entonces, de nuestro miedo y nuestro desprecio al “otro”, día tras día, esperamos el diario de a bordo con tensión cinematográfica, deseando un clásico final hollywoodiense en el que el bien venza sobre el mal. Y por fin, todo termina. En los créditos, nos dicen que en lo que va de año, en las costas de Somalia se han reportado 135 asaltos a barcos con distinta nacionalidad, 49 de los cuales terminaron en secuestro. Desde luego, la costa somalí se ha convertido en un peligro para la flota pesquera internacional, así que se espera que apoyemos cualquier medida que se tome. Ante todo, está la seguridad de “nuestra flota”.

Si esta película la hubiese filmado un pescador somalí o keniano, las cosas serían muy distintas. Quizás no habría ni villano, ni víctima, ni héroe, y si los hubiese, habrían intercambiado sus papeles. Si esta película la hubiese filmado un pescador somalí o keniano, probablemente el villano capitanearía un barco de bandera europea; el héroe sería ese ser armado, drogado, peligroso, y negro, y la víctima dejaría pronto de serlo, porque gracias a los piratas en su mar volvería a haber peces. Dice un proverbio chino, bien aprendido en esta amable Unión Europea: “Regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida”. Si esta película la hubiese filmado un pescador somalí o keniano, éste sería su epílogo: “No nos robes nuestros peces, déjanos pescar en paz”.


Este artículo ha sido publicado como editorial en el nº 40 de la edición impresa de Pueblos, diciembre de 2009

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