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Cooperación descentralizada, elementos para el debate. Primera parte.

Lunes 16 de junio de 2003, por Redacción - Pueblos

El 25 de mayo de 2003 se cerró una legislatura municipal que en lo relativo a la cooperación descentralizada estuvo marcada por la relectura de la ayuda impulsada por el PP, y la presencia de coaliciones PSOE - Izquierda Unida en la gestión de importantes programas de cooperación. La legislatura fue atravesada también por un nunca iniciado diaólogo entre las Corporaciones Locales y las ONGs, por una frustrante burocratización y por sonoros fracasos.

De cara al nuevo periodo que se abre tras las elecciones municipales, Pueblos ha solicitado la opinión de destados actores de la cooperación descentralizada. Colaboran en este número Llorenç Pons, ex director de Cooperación del Gobierno de las Islas Baleares; David Luque, concejal de Cooperación y Solidaridad del Ayuntamiento de Córdoba en la pasada legislatura; Antonio Fuentes, gerente de FELCODE, y Luz Romero, responsable de cooperación descentralizada de la FEMP. Completan el panel dos firmas habituales en esta revista; J.L. Vieites y Carlos Gómez Gil. Todos los artículos giran en torno a las misma preocupación: ¿Es necesario dotar de un nuevo sentido a la cooperación descentralizada? ¿Es posible plantear un camino alternativo que de cauce a la solidaridad, o se convertirá la cooperación descentralizda en un simple apéndice de la globalización capitalista?


Implicación y contacto directo

Llorenç Pons i Llabrés

Podemos estar de acuerdo en que la cooperación descentralizada es un elemento clave en las políticas de ayuda al desarrollo o no, pero lo cierto es que las políticas oficiales a gran escala resultan muy poco eficientes, por decirlo de una manera elegante. En este sentido, numerosas voces de todo el Estado se han manifestado de manera clara y contundente, criticando las ayudas oficiales al desarrollo del Gobierno central; por muchas cuestiones, entre ellas la acumulación de subvenciones a unas pocas ONGDs, la vinculación de las ayudas a la inversión de capital español y la nula capacidad de coordinación con los agentes de cooperación: las propias ONGDs, fundaciones, sindicatos y otros organismos.

Por otro lado, las ayudas que se dan desde gobiernos autonómicos, diputaciones, ayuntamientos o fondos de cooperación suelen ser de menor cuantía, y normalmente tienen un impacto previsto escaso, cuantitativamente hablando. Entonces, ¿cómo enfocamos la cooperación para que sea lo más efectiva posible y para que tenga un impacto sobre el desarrollo local allá donde se realice? Nuestra corta pero intensa experiencia nos dice que si bien la cooperación descentralizada no produce efectos significativamente apreciables sobre el desarrollo económico global del país donde se actúa, sí lo hace a nivel de pequeñas comunidades, municipios o incluso provincias, en el mejor de los casos.

Otro aspecto que a gran escala no suele ser considerado, pero que a nuestro entender es esencial, es la implicación de la población local en sus propios proyectos de desarrollo; ciertamente se mejoran los resultados previstos cuando participa la comunidad llamada beneficiaria (esta palabra mantiene unas connotaciones demasiado caritativas), porque esta implicación significa considerar como propio el proyecto, sus objetivos y sus metas, y por tanto el trabajo que supone tirarlo hacia adelante. En este aspecto es destacable la labor que realizan las autoridades locales; de manera general se “mojan” y participan junto al resto de sus comunidades, y las animan a colaborar en los proyectos. Esto es básico si queremos que la cooperación sea algo más que un reparto de dinero a países o comunidades más o menos afines, o con intereses compartidos. Esta implicación de la comunidad local debe ser, por tanto, un elemento indispensable para el desarrollo local, y sólo puede conseguirse desde la cooperación descentralizada, desde el trabajo a pequeña escala, desde el contacto directo entre nuestros agentes de cooperación y sus contrapartes.

Lejos del reto

Partimos de la base de que lo mejor de la cooperación sería que no existiera, por no hacer falta, pero estamos muy lejos aún de ese reto, que para algunos de los que trabajamos en ello es un objetivo. Y digo que estamos lejos porque intentamos parar con piedras menudas el paso de grandes camiones; desde la cooperación descentralizada estamos tratando de mejorar las condiciones de vida de pequeñas comunidades cuando las políticas económicas mundiales nos llevan al aumento de las desigualdades entre Norte y Sur, pero también entre ricos y pobres, tanto en el Norte como en el Sur, y ciertamente a una velocidad mucho mayor. Todavía es muy elevado el nivel de corrupción de muchos gobiernos receptores de ayuda al desarrollo, lo que desactiva esta ayuda oficial, y además, y también a consecuencia de ello, los esfuerzos externos no oficiales resultan insuficientes a la hora de limar esas diferencias a las que hacíamos referencia anteriormente.

Se produce, en los últimos tiempos, un fenómeno que no deja de ser curioso; mientras el sentido y sentimiento de solidaridad aumenta en la población civil, a nivel oficial (me refiero a gobiernos centrales, básicamente), se continúa ninguneando, como se dice ahora, cualquier acuerdo relativo al ya obsoleto 0,7% del PIB para ayudas al desarrollo. Esto produce una sensación de miseria enorme, mientras Occidente continúa derrochando en artilugios de guerra, el resto del mundo tiene cada vez más dificultades para comer aunque sea una vez al día. Loable es, por tanto, el objetivo que se marca el nuevo presidente del gigante del Sur, Lula da Silva, de que todos los brasileños y brasileñas coman tres veces al día, limitando para ello gastos armamentísticos, y haciendo partícipe al ejército de las labores de ayuda a los más desfavorecidos.

Donde la ciudadanía decida

Sin ningún tipo de dudas, los movimientos sociales están teniendo un gran protagonismo en la concepción de un nuevo mundo posible, de una sociedad más justa, más equitativa. Una sociedad donde los intereses individuales no prevalezcan sobre los colectivos, donde las democracias sean reales, y la ciudadanía decida lo que, como comunidad, sea mejor para ella misma. Quizá de este modo, se consiga erradicar la pobreza y mejorar las condiciones de vida de los miles de millones de personas que sufren diariamente. Esto ya lo ha entendido la sociedad civil, y está empujando con fuerza, con una fuerza joven y sin complejos, que ha de resultar útil al complejo administrativo encargado de gestionar las ayudas a los países empobrecidos; así al menos intentamos entenderlo también nosotros.

Hay que agradecer también a los movimientos sociales el importantísimo papel que han jugado desde los foros sociales, implorando a gritos un mundo nuevo, más justo y solidario, y deplorando también la injusticia de la guerra cruel, inhumana, inmoral, que se está desarrollando mientras escribo estas líneas, contra un pueblo que sus mismos supuestos “liberadores” han ahogado en la miseria. Esta nueva concepción de este mundo que pretendemos más justo, nos empujará a mejorar nuestro trabajo de cooperación, que no sólo debe ser monetario o material, sino que debe adquirir ya un marcado carácter político


Articulación de experiencias locales

David Luque

Aunque ya existían experiencias previas de instituciones diferentes del Estado central en el desarrollo de actuaciones de Paz y Solidaridad, está claro que la cooperación descentralizada adquiere más fuerza después de las movilizaciones que reivindican el 0,7 desde multitud de puntos del Estado español; estas movilizaciones convierten la solidaridad internacional en “rentable” políticamente, y ayudan al desarrollo de teorías y técnicas específicas en este campo. Al igual que en los inicios de las ONGDs, los ayuntamientos, diputaciones, mancomunidades y comunidades autónomas ganan popularidad cuando invierten recursos en una materia que no es competencia obligada como la cooperación internacional, quedando sus actuaciones fuera de toda crítica por esa aureola de voluntariedad y bondad que las envuelve. Son momentos en los que todavía se habla de la cantidad como principal valor a reivindicar (después se pusieron por delante el control y la calidad), en que miembros de la plataforma por el 0,7 y de ONGDs conformaban los consejos de cooperación y hacían el trabajo técnico de priorizar proyectos y subvenciones; momentos sucedidos por otros en los que, tras bajar la fuerza de las movilizaciones, el movimiento por una cooperación solidaria y transformadora se iba integrando en otros movimientos más globales o se atrincheraba en consejos sectoriales de las instituciones con casi nula capacidad de sacar el debate de la institución a la calle.

Revisión autocrítica

Aunque hay que valorar la labor que desde colectivos, técnicos y políticos se ha realizado en este ámbito de la cooperación internacional, hemos de hacer un esfuerzo colectivo por revisar las experiencias con un sentido autocrítico si queremos mejorar la labor solidaria de municipios, diputaciones y comunidades autónomas y revalorizar su papel promotor del desarrollo, la paz y la democracia a nivel local. En este sentido son interesantes las críticas al momento actual de la cooperación descentralizada que Carlos Gómez Gil apunta en el número 46 de los Cuadernos Bakeaz o las de J.L. Vieites en Una visión crítica de la cooperación al desarrollo; existe un estancamiento de las políticas municipales de cooperación internacional tanto en lo referido a su potencial participativo (ceñido muchas veces a un Consejo de cooperación), como en los aspectos técnicos (dificultades en la gestión de los fondos, poca claridad en las prioridades y ámbitos de la cooperación, dispersión y escasa articulación supramunicipal, pérdida del potencial de promover el desarrollo local...).

En pocas ocasiones se consigue una implicación más estructural de la institución y sus representantes políticos que vaya más allá de la subvención sin un seguimiento adecuado a ONGDs o de actividades donde se ven los mismos las mismas caras de preocupación ante la situación de injusticia a nivel mundial. Pero, tal y como apuntan los autores citados más arriba, la cooperación descentralizada mantiene su potencial transformador de las políticas de cooperación internacional; un potencial de participación y de fomento de unas relaciones horizontales entre comunidades que, partiendo del desarrollo local, pueden encontrar alternativas al modelo impuesto por la globalización capitalista.

Desde lo social

Basándome en la experiencia de la Concejalía de cooperación y el Plan municipal de Paz y Solidaridad del Ayuntamiento de Córdoba, así como en experiencias desarrolladas desde lo social y en momentos anteriores de la propia institución, aportaré los elementos que, a mi juicio, habría que valorar a la hora de promover un debate colectivo que nos ayude a impulsar una cooperación descentralizada basada en la participación, el análisis del impacto en las comunidades empobrecidas y el desarrollo al máximo de las potencialidades que las instituciones descentralizadas pueden llegar a tener en la solidaridad internacional.

En primer lugar, la participación ciudadana como motor de la cooperación no se consigue fundamentalmente con la constitución de un consejo sectorial donde se integran ONGDs, expertos y políticos; al igual que sucede en otras áreas municipales, la verdadera participación (la que va más allá de unas y otras formas de representación formal) implica la información, concienciación y dinamización de sectores más amplios de la ciudadanía. Desde la experiencia de Córdoba, muchas personas, incluidos los miembros del Consejo de cooperación, coinciden en afirmar que programas como los desarrollados por la Concejalía de cooperación en centros de secundaria, universidad o barrios están posibilitando que muchas personas se interesen por las actuaciones de solidaridad internacional desarrolladas por su institución municipal y las organizaciones de su ciudad. La verdadera participación ha de suponer una retroalimentación de informaciones y puntos de vista con los diferentes sectores ciudadanos en los que estamos encontrando interesantes y alentadoras respuestas, como su implicación en proyectos con regiones y ciudades con las que Córdoba se encuentra hermanada o la creación de redes de apoyo a proyectos de ONGDs locales.

Investigaciones participativas

La realización de investigaciones-acción-participativas dirigidas a barrios y universidad o la reciente incorporación del área de cooperación al proceso de presupuestos participativos con el debate con miles de vecinos y vecinas de la ciudad han sido medidas que se han articulado perfectamente con un trabajo más específico y reflexivo del Consejo de cooperación. El apoyo a proyectos de cooperación, educación al desarrollo y ayuda humanitaria de ONGDs ha de ir acompañado del seguimiento y difusión de estas actuaciones al tiempo que éstas se incluyen en un plan más amplio desarrollado lo más colectivamente posible. La experiencia de la coordinadora Córdoba Solidaria que agrupa a ONGDs y movimientos sociales es rica tanto en su capacidad de debate, colaboración con la institución, reivindicación y articulación con otros colectivos de la ciudad.

Por otro lado es preciso investigar y debatir sobre el sentido y fines de la cooperación internacional; la publicación de revistas y libros, así como el favorecer el debate de expertos a nivel nacional con los agentes de cooperación de cada ámbito ha de ser un elemento a cuidar en estas políticas públicas si quieren renovarse desde un punto de vista autocrítico. En Córdoba hemos ido dando importancia en la política de cooperación a aspectos como la no violencia, los derechos humanos, el comercio justo, la cooperación directa o la articulación en redes de instituciones a nivel andaluz e internacional, gracias a este debate formativo con organizaciones y expertos.

Foros de intercambio

Para el trabajo en materia de Paz y Solidaridad del Ayuntamiento de Córdoba ha sido muy importante la conexión con el movimiento del Foro Social Mundial y los Foros de autoridades locales por la inclusión social; estos foros dan en claves como la interrelación entre instituciones y movimientos sociales, el intercambio y la profundización en experiencias concretas, la visión global de las instituciones y sus políticas, la democracia participativa como dinamizadora de las instituciones... Si en Córdoba aún nos queda mucho por andar en temáticas de cooperación y solidaridad, sí que hemos intuido que la cooperación significa este trabajo en red articulador a niveles más globales de experiencias locales de las que debemos seguir aprendiendo. Si de la ciudad de Porto Alegre hemos aprendido un proceso tan interesante como el de los presupuestos participativos que ahora desarrollamos en nuestra ciudad, estamos seguros de que por este camino de relación horizontal, respeto y articulación de lo social y lo político aún podemos hacer posible una cooperación descentralizada más transformadora y que logre alternativas.


Cooperación al desarrollo... local

Antonio Fuentes

A la hora de dar un diagnóstico de la cooperación al desarrollo en los últimos años conviene poner de manifiesto la siguiente apreciación: se observa una mayor atención y énfasis en la palabra “cooperación”, con un fuerte componente emocional, entendido este concepto como la necesidad (obligación moral) de proporcionar respuestas ante las injusticias que sufren los pueblos más desfavorecidos del Sur (solidaridad, cooperación, ayuda), en detrimento de la palabra “desarrollo”, concepto complejo cuyo enfoque y tratamiento compete al campo de las ciencias sociales, y que dispone en el análisis y la investigación científica las premisas necesarias de actuación.

Conjunción totémica

Existe toda una trayectoria de trabajo en “desarrollo”, con enfoques, prácticas, metodologías de actuación avaladas por experiencias exitosas, pero que no siempre se han sabido aplicar y trasladar eficazmente al mundo de la cooperación internacional. Y si hay un ámbito que conoce, sabe, entiende y puede acreditar experiencias de desarrollo, ese es el local. La conjunción casi totémica de las palabras “desarrollo” y “local” ha sido utilizada inexcusablemente como eslogan de todas las iniciativas, propuestas y programas que tenían como loable fin la mejora de las condiciones de vida de las personas y de los pueblos, en las áreas rurales de buena parte de la geografía de la región extremeña y del resto del Estado español.

Pero tras las palabras desarrollo local se encierra todo un proceso actuación estratégico sistematizado –cuyo explicación excede las prensiones de este artículo–, que ha generado objetivas mejoras de los niveles de desarrollo (infraestructuras, servicios y equipamientos sociales, cultura, ocio) y, por tanto, de la calidad de vida en los pequeños y medianos municipios y, además, ha reforzado la identidad, autoestima y la valoración de lo local frente a otros niveles y ámbitos de la Administración del Estado.

Este proceso no hubiera podido producirse, en términos históricos, tan rápidamente sin, entre otros, haber contado con el apoyo financiero no reembolsable –un gran porcentaje al menos–, como forma de expresión de la solidaridad –solidaridad interesada dirían algunos–, de los países más desarrollados de la Unión Europea hacia los países del Sur del Norte. Esa manifestación solidaria ha tenido y tiene varias denominaciones: Fondos de Cohesión, Fondos Estructurales, etc., y fórmulas de aplicación como los Programas Leader, Proder e Interreg.

Ahora, alcanzados los niveles de desarrollo que se manifiestan en municipios y mancomunidades de municipios de nuestro entorno cobra sentido apelar nuevamente al concepto de solidaridad (de cooperación), pero esta vez no jugando el papel de receptores sino como nuevos donantes, dirigiendo nuestro esfuerzo, esta vez, a otros escenarios geográficos y políticos homólogos con los que existen, en muchos casos, lazos y vínculos ineludibles de carácter histórico y cultural.

Transferir experiencias

Lo local, hoy, puede ofrecer e impulsar un modelo de cooperación, que vaya más allá del mero ejercicio autojustificativo de ayudar al más necesitado, articulándolo precisamente sobre su propia y cercana experiencia de desarrollo. Una cooperación al desarrollo sobre desarrollo compartiendo, intercambiando y transfiriendo esas experiencias, con todo lo que implica a nivel de formación y capacitación de recursos humanos, transferencias de tecnologías y recursos, fortalecimiento institucional, apoyo a la consolidación de los sistemas democráticos y al respeto de derechos humanos; impulso a la participación ciudadana, etc. Una cooperación que opere en un nivel más horizontal, con una estructura reticular en donde todos los actores pueden interactuar y participar de este proceso. Desarrollo (local) adquirirá así la dimensión universal necesaria para dar sentido y justificación a la palabra cooperación.

Este nuevo planteamiento para la cooperación exige no sólo nuevos enfoques sino instrumentos apropiados que faciliten una vertebración eficaz de esa cooperación al desarrollo que emerge de lo local. Los Fondos Municipales de Cooperación, y el caso concreto de FELCODE –Fondo Extremeño Local de Cooperación al Desarrollo–, surge para dar respuesta a ese objetivo y a esa nueva manera de hacer cooperación desde, con y para lo local.


Este artículo fue publicado originalmente en la edición impresa de la Revista Pueblos nº 6 de Junio de 2003.

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