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La nueva sensibilización al desarrollo como problema:

¿Más allá de las tentaciones del mercado?

José Ignacio Fernández de Castro*

Miércoles 10 de diciembre de 2003, por Redacción - Pueblos

“resuelta la lucha de clases internacional por la disuasión mutua la revolución mundial no sólo será impropiamente una revolución sino que dejará de ser mundial Feliz Siglo Veintiuno en el que cinco mil millones posaréis para un videotype colectivo fin de la Historia pero quien tenga la máquina os tendrá en su retina pasará factura y no podréis pagarle con collares de láser ni con píldoras de paraíso sin azúcar quien tenga la Nikon tendrá vuestro gesto y antes de que anochezca el siglo necesitaréis profetas de la libertad y de la lucha de clases metedlos en manicomios sin muros y si se escapan que se mueran de frío abandonados a las puertas de las peores galaxias”.

(“Pero el viajero que huye”)

Manuel Vázquez Montalbán, Barcelona, 1939-Bangkok, 2003


Aquí y ahora el mundo es voraz espectáculo de escisión entre la libertad recreativa y la necesidad funcional, bajo sombras alternantes de demiurgia impostora y pavor atávico en los ojos deslumbrados por las más temerarias atracciones del gran parque temático que pretenden vendernos. Urgen, pues, discursos y acciones capaces de sacudir de nuestras cosmovisiones tantos monstruos engendrados por la razón; pues son esas palabras y hechos de disidencia y resistencia la única y verdadera condición de posibilidad para que los pasos individuales y colectivos puedan alejarse de paraísos virtuales y sometimientos reales y volver a pisar la senda de la vida… Una vida capaz de determinar sus propias condiciones de ser y de reproducirse.

En este sentido, las reflexiones y prácticas derivadas de una educación y sensibilización para el desarrollo críticas y globalizadoras han de mostrarse capaces de devolver los problemas cotidianos a su complejidad real, sin interesadas simplificaciones ni maniqueísmos reduccionistas; capaces de servir de encuentro entre los anhelos emancipatorios de la educación popular y la renovación de los instrumentos teóricos y prácticos con los que hemos de enfrentarnos a los nuevos fenómenos sociales; capaces de permeabilizar los muros de todo espacio de diálogo ciudadano (y, muy especialmente, la escuela) para una intercomunicación comprensiva con sus contextos locales y globales(1); capaces de desbordar el ámbito educativo formal para extender su afán comunitario por foros no formales e informales; capaces, en fin, de recuperar las voces y el diálogo comprometido de las víctimas de la opresión globalizada en el llamado Sur (países económicamente subdesarrollados y desarrollantes) y en el llamado Norte (países económicamente desarrollados y subdesarrollantes).

Pero, ¿qué sucede realmente?

Si consideramos la Sensibilización para el Desarrollo en su sentido más amplio, como todo aquel conjunto de programas, informaciones, campañas, etc. que intentan variar las percepciones, actitudes y comportamientos que las personas de los países más ricos del planeta tienen de los fenómenos de pobreza en el resto del mundo y las causas de los mismos, deberíamos indicar que, actualmente, las fases que caracterizaron su evolución (asistencial, causal, crítica)(2) se entremezclan y confunden en una suerte de mercado de la solidaridad y de la cooperación que sirve para afianzar un nuevo orden mundial caracterizado, entre otras cosas, por una distribución regional crecientemente desigual de la riqueza(3). En efecto, mediante buena parte de las prácticas de cooperación internacional el sistema global de desigualdades logra cerrar de forma paradójica su círculo vicioso: las mejores voluntades de la ciudadanía, precisamente las herederas de las que ayer levantaban su voz y sus afanes(4) contra los dominadores del mundo, se canalizan hoy hacia múltiples formas de beneficencia mundial desde lecturas puramente prácticas de la humana realidad… Y crece, en consecuencia, una Sensibilización para el Desarrollo que, simplemente, da soporte simbólico y carta de naturaleza social a esas buenas voluntades. Algunos ejemplos son tremendamente significativos... Asistimos, con mayor frecuencia cada día, al lúgubre espectáculo de la muerte por “desastres naturales” en El Salvador, en la India, en Sudán... Y, en cada caso, las imágenes mediáticas, mediatizadas, salpican nuestras miradas de personas honestas, instaladas en el lícito bienestar construido con las propias manos... Los reflejos parciales de una desesperación sin límites, ¿naturaleza desatada que golpea sin piedad al ser humano?, remueven, acaso, nuestro benéfico aliento e incluso esbozamos un leve gesto dadivoso... Con ello, tras el instante de empático dolor y el gesto caritativo, todo vuelve a su “orden natural” mientras la tormenta de imágenes cesa, apenas recordada ya por la tenue desazón de una brisa helada bajo la forma de pequeños mensajes lacrimógenos de alguna ONG asistencialista.

Y mañana, ¿qué?... Mañana, de nuevo, una vez más, sin descanso, terremotos, huracanes o inundaciones volverán a sacudir la vida con su carga de muertes silentes como “espectáculo del dolor para conciencias adormecidas (adormecibles)”... Y vuelta a empezar, porque el mundo sigue girando siempre para el mismo lado.

Precarias estructuras vitales

Pocos pensarán en el absurdo de tantas vidas lentamente asfixiadas bajo el derrumbe de un monte o la invasión de las aguas, o en las decenas de miles de personas que, anónimamente, ya sin luz ni taquígrafos, padecerán a medio plazo los efectos de la destrucción de sus precarias estructuras vitales, o en la insalubridad de las aguas que quedan a su alcance de una buena parte de la población mundial...

Porque aquí estaremos satisfechos con nuestro cómodo ademán solidario, mientras los excluidos de todo, esos “nadies” de Eduardo Galeano, siguen condenados a málvivir en regiones de “alto riesgo natural” y a sufrir directamente los deterioros medioambientales (deforestación, cambio climático, etc.) que, en nuestra opulencia, provocamos… Porque llegarán los políticos y los estériles organismos internacionales con sus discursos vacíos y sus “ayudas humanitarias” para poner final sonoro al sórdido acontecer que volverá mañana o pasado mañana, porque ellos nunca querrán invertir tan siquiera sus miserables caridades en un cambio estructural que prevenga tanto llanto y estimule la risa de los miserables.

Tal vez el viejo economista, cegado en el cálculo del producto alternativo perdido en tantas muertes, olvide que el producto real de las mismas, como imagen (como mecanismo simbólico de control social y disuasión de toda tentación de rebeldía), que tranquiliza con “Ios que están mucho peor “ y procura mansedumbres éticas y políticas ante la opresión globalizada, es ingente, apenas calculable. Otros bien lo saben.

Sépalo también la Sensibilización para el Desarrollo para que, evitando tornarse en coartada simbólica de la opresión globalizada, sumisa y convergente ante los mensajes de los medios de (in)comunicación social gestionados por el poder económico y político, no actúe siempre para que jamás cambie nada.

Algunas perplejidades

No podemos, en cualquier caso, aceptar que tanta buena voluntad bien dispuesta sea simplemente nada o, peor que nada, la cara amable del triste paso de la “macroguerra fría”, marcada por el antagonismo ideológico, a una interminable sucesión de “microguerras calientes” derivadas de una desigualdad material insoportable.

¿Cuál ha de ser el sentido de la Sensibilización para el Desarrollo en el improbable camino hacia una sociedad humana más justa, a tamizar nuestras palabras en la compleja trama de las nuevas y viejas lecturas de las viejas y nuevas realidades?

¿Puede seguir siendo tan sólo el “marco publicitario” que ofrece el sortilegio de una “solidaridad de mercado” a unas cuantas personas bien pensantes?... ¿Van, realmente, sus mensajes y acciones en detrimento de ese mercado mundializado que acrecienta cada día la exclusión y multiplica las prácticas opresivas, o, más bien, se limitan a incluir entre sus productos el mágico objeto de los “sueños solidarios”?

No son buenos, en todo caso, los tiempos para estas líricas… Los recientes acontecimientos de Nueva York y sus consecuencias en Iraq han cogido, nos han cogido a muchos con el paso cambiado… Y nos han condenado, una vez más, a la alternancia entre un silencio vergonzante y el grito de una resistencia simbólica e insuficiente.

Y es que la representación social de las ONGDs (en una generalización al uso) se va devaluando (especialmente entre quienes aún albergan anhelos emancipatorios e igualitarios) por su connivencia con los poderes establecidos, por su utilización de medios poco éticos para recaudar fondos (“marketing con causa”, apadrinamientos, inversiones especulativas, favorecimiento de nepotismos en la financiación pública de proyectos, etc.), por su frecuente suplantación de la voz de los movimientos populares... Por tantas y tantas imposturas.

Es más, con frecuencia algunas de esas prácticas se ponen, sin tapujos, al servicio, más o menos bien intencionado, de las políticas neoliberales arropadas por el manto ideológico de la globalización. Cabría argüir que el “impulso institucional” dado al movimiento de ONGDs sirve como compensación de las negativas consecuencias indeseadas(?) que tales políticas tienen en gran parte de la población mundial. Este enfoque paliativo, sin embargo, ha sido ya amplia y certeramente criticado desde diferentes sectores, pues las acciones que de él se derivan, si bien pueden mitigar algunos problemas, no abordan las causas que los generan.

El papel de la ONGs críticas

¿Supone, pues, la generalidad de estas organizaciones (y sus prácticas de Sensibilización para el Desarrollo) otra forma de acción política (más allá de las típicas de toda democracia representativa: partidos, sindicatos…) o, más bien, surgen auspiciadas por las instituciones, como verdadera coartada del modelo económico, político y social hegemónico, de los intereses geopolíticos y militares que son el garante último de una adecuada reproducción del sistema? ¿Cuál es, en consecuencia, el papel de las ONGDs, con pretensiones críticas y emancipatorias, en las prácticas cotidianas de la solidaridad y en la urdimbre del nuevo orden mundial?

Debemos clarificar, pues, en primer lugar, de qué tipo de cooperación estamos hablando y para qué queremos desarrollo: ¿una cooperación que sirva realmente para la transformación social desde la superación de las relaciones de explotación en lo que se refiere al medio ambiente, a los géneros y a las culturas; o una “eficiente gestión de la ayuda institucional” desde perspectivas asistencialistas, sin componente político?.

¿Qué posición deben tomar, en fin, las ONGDs críticas ante la creciente presión institucional y mediática a favor de un “enfoque paliativo de la cooperación” (intervención en crisis, ayuda humanitaria, “guerra humanitaria”…)?... ¿Es compatible esa orientación con los anhelos emancipatorios?

Un problema endémico de las ONGDs críticas, no vinculadas a los enfoques confesionales o meramente éticos de la cooperación, es la dependencia financiera de las estructuras del Estado… Ella fuerza, muchas veces, a estas organizaciones a una tipificación de sus proyectos (también y muy especialmente los de Sensibilización) según parámetros y directrices “oficiales”, para evitar que “se corte el grifo de las subvenciones”. Determinadas prácticas alternativas de captación de fondos procedentes de la sociedad civil (apadrinamientos, colectas televisivas, “marketing con causa”,...) deterioran, por otra parte, cualquier pretensión crítica de la cooperación, al convertir la solidaridad en un espectáculo ligado a una cómoda tranquilización de las conciencias mediante un acto de consumo.

Destrucción de lo público

Por otra parte, ¿cuál debe ser el límite en la “privatización en la gestión del dolor (pobreza, exclusión, enfermedad, catástrofes naturales, guerra…)”, más allá de las responsabilidades del Estado? ¿La actividad sensibilizadora de las ONGDs contribuye a la destrucción del “sentido de lo público”, diluyendo la idea de que “el Estado tiene obligación de velar por sus ciudadanas y ciudadanos”, traspasando la responsabilidad en las injusticias a los seres humanos concretos e individuales?

Una cosa parece cierta(5): los hechos ya desmienten sobradamente la vieja confianza en el proyecto de desarrollo como único (o, tan siquiera, principal) instrumento de una cooperación capaz de “exportar nuestro modelo de desarrollo”. Con todas las limitaciones que se quieran argüir, han sido muchos los miles de millones de dólares o de euros invertidos en proyectos durante las tres últimas décadas del siglo XX, con el resultado global de un aumento de la vulnerabilidad de las poblaciones que viven en la pobreza extrema, un crecimiento acelerado de la distancia entre la ostentosa riqueza de los pocos y la vergonzante miseria de los muchos, o una eclosión de nuevos fenómenos de segregación y miserabilización (el llamado “cuarto mundo”)…

¿Pueden las ONGDs seguir poniendo el énfasis en “sus” proyectos sobre el terreno, relegando (o, incluso, silenciando) la voz de los movimientos populares? ¿Deben limitarse a la solicitud de subvenciones como fuente para la transferencia de fondos desde los países del llamado Norte a los del llamado Sur?

En fin, si existe un problema de casi inevitable pérdida de toda capacidad de iniciativa y de una verdadera voluntad de “diálogo coeducativo” con los movimientos populares del Sur, ¿qué papel pueden jugar, aquí y ahora, las, sin duda, bellas propuestas de la acción-participación crítica, la contrainformación o la movilización de las resistencias?

De hecho, el éxito de las prácticas dominantes en las ONGDs, con su “parcheo” de microproblemas locales, diluye, en el mesocontexto, las luchas populares contra las macroestructuras que excluyen, oprimen y silencian. ¿Es, en definitiva, ese trabajo un espurio soplo de brisa que alienta a pequeños sectores de población (a los que introduce, de paso, en el “juego de la competencia” entre comunidades por los escasos recursos paliativos), mientras, apuntalando el “estado de cosas”, supone la condena a un desierto sin esperanza para la inmensa mayoría de los “náufragos de este planeta”? ¿No es ya necesaria y urgente una verdadera y decidida apuesta por el cambio de comportamientos y actitudes en la ciudadanía del Norte y del Sur como única (aunque mínima) condición de posibilidad para abrir nuevas perspectivas de presión sobre las instituciones y de giro consecuente hacia políticas verdaderamente transformadoras?

Justo ahí debe situarse esa otra Sensibilización para el Desarrollo posible


Notas a pie de página

1 Más allá de fáciles fórmulas como “pensar en lo global para actuar en lo local”, ya que entre lo local y lo global sólo puede existir una dialectica bidireccional de pensamiento y acción.

2 Apuntadas, ya hace casi una década, por M.L. Ortega Carpio en su Las ONGD y la crisis del desarrollo, Madrid, IEPALA-Publicaciones ETEA, 1994.

3 Algo de esto se apunta en una literatura crítica de los modelos y prácticas de la cooperación que ya es abundante y adopta enfoques muy diversos, desde El planeta de los náufragos de S. Latouche (Madrid, Acento, 1993) a De exóticos paraísos y miserias diversas de M. A. Fueyo Gutiérrez (Barcelona, Icaria- ACSUR Las Segovias, 2002), pasando por Compasión y cálculo de D. Soggé y otros (Barcelona, Icaria, 1998).

4 Llenas, sin duda, de ingenuidades teóricas y errores prácticos históricos, pero desde una lectura incuestionablemente política de la realidad humana.

5 Como muy certeramente señalaba, hace ahora también diez años, Serge Latouche en su “ensayo sobre el posdesarrollo” titulado El Planeta de los Náufragos (París, La Découverte, 1991 –versión en castellano en Madrid, Acento, 1993–).


*José Ignacio Fernández de Castro es profesor de Filosofía en el IES “Fernández Vallín” de Gijón y Coordinador de Acsur-Las Segovias en Asturias. Este artículo fue publicado originalemente en la edición impresa de la Revista Pueblos Nº 9, Diciembre de 2003.

1 Mensaje

  • ¿Más allá de las tentaciones del mercado?

    1ro de diciembre de 2008 19:00, por José Iglesias Fernández
    Preguntas y dudas acertadas del papel asistencial que están jugando las ONGs. Creo, sin embargo, que el autor elude pronunciarse sobre las mismas ¿Por qué? Creo que la responsabilidad/irresponsabilidad social de estas, especialmente aquellas condicionadas ideológicamente por la cultura de la subvención, exige una mayor disposición a valorar sus actuaciones de cara a los que estamos por transformar el sistema capitalista en una sociedad sin clases.
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